+34 670 722 717

ESTA ENTRADA ES DE LA 16.38

La migración.
Julio se había extinguido como una vela ante el viento cortante que nos trajo un plomizo cielo de
agosto. Caía una llovizna fina e hiriente, reunida en mantas grises y opacas cuando el viento soplaba a su
favor. A lo largo de la playa de Bournemouth, las casetas volvían su vacuo rostro de madera hacia el mar
gris verdoso, ceñido de espumas, que corría a estrellarse contra el bastión de cemento de la orilla. Las
gaviotas, empujadas tierra adentro hacia la población, sobrevolaban los tejados con alas tensas, gimiendo
agriamente. El estado del tiempo parecía calculado para poner a prueba la paciencia de cualquiera.
Vista en conjunto, aquella tarde mi familia no ofrecía un aspecto demasiado atractivo, pues el clima
reinante había traído consigo la habitual serie de males a que éramos propensos. A mí, tirado en el suelo
mientras etiquetaba mi colección de conchas, me había provisto de un catarro que parecía haberme
fraguado en el cráneo, obligándome a respirar estertóreamente por la boca abierta. Para mi hermano
Leslie, arrebujado con expresión ceñuda junto al fuego, llegó una inflamación interna de oídos, que le
sangraban lenta pero persistentemente. A mi hermana Margo le había deparado un surtido fresco de acné
sobre su rostro ya de antes moteado como un velo de puntitos rojos. Para mi madre hubo un opulento y
burbujeante resfriado, sazonado con una pizca de reuma. Sólo mi hermano mayor Larry se mantenía ileso,
pero suficientemente irritado a la vista de nuestros alifafes.
Fue Larry, por supuesto, quien empezó la cosa. Los demás estábamos demasiado desmadejados para
pensar en algo que no fueran nuestros males respectivos, pero a Larry la Providencia le había destinado a
pasar por la vida como un pequeño cohete rubio, haciendo explotar ideas en las mentes ajenas para
después enroscarse con untuosidad gatuna y negar toda responsabilidad de las consecuencias. A medida
que avanzaba la tarde, su irritación iba en aumento. Al fin, paseando en derredor una mirada melancólica,
decidió atacar a Mamá, como causante manifiesta del problema.
—¿Por qué aguantamos este maldito clima? —preguntó de improviso, señalando a la ventana
distorsionada por la lluvia—. ¡Contemplad! O, si vamos a eso, contemplaos mutuamente… Margo, inflada
como un plato de porridge encarnado… Leslie, penando por el mundo con treinta metros de algodón en
cada oreja… Gerry suena como si tuviera el paladar hendido de nacimiento… Y, anda que tú: cada día que
pasa pareces más decrépita y torturada.
Mamá le miró por encima de un tomazo titulado Recetas fáciles de Rajputana. —Pues no lo estoy —
dijo indignada.
—Lo estás —insistió Larry—; estás echando pinta de lavandera irlandesa… y tu familia parece una
serie de ilustraciones de enciclopedia médica.
A Mamá no se le ocurrió ninguna réplica aplastante, así que se contentó con lanzarle una mirada
furibunda antes de replegarse de nuevo tras su libro.
—Lo que nos hace falta es sol —continuó Larry—; ¿no estás de acuerdo, Les?… Les… ¡Les!
Leslie se desenredó una maraña de algodón de la oreja.
—¿Qué decías? —preguntó.
—¡Ahí tienes! —dijo Larry, volviéndose triunfalmente a Mamá—, mantener una conversación con él
es como poner una pica en Flandes. ¡Esto es un numerito! Un hermano que no oye nada, y al otro no hay
8
G e r a l d D u r r e l l M i f a m i l i a y o t r o s a n i m a l e s
quien le entienda. Realmente, ya es hora de hacer algo. No puede uno escribir prosa inmortal en una
atmósfera de lamentaciones y eucalipto.
—Sí, querido —dijo Mamá distraídamente.
—Lo que todos necesitamos —dijo Larry, reanudando sus pasos— es sol, un lugar donde poder
crecer.
—Sí, querido, eso estaría bien —asintió Mamá, en realidad sin escucharle.
—Esta mañana tuve carta de George… dice que Corfú es maravilloso… ¿Por qué no hacemos las
maletas y nos vamos a Grecia?
—Bueno, querido; si tú quieres —dijo Mamá desprevenida.
En lo tocante a Larry solía tener buen cuidado de no dejarse comprometer.
—¿Cuándo? —preguntó Larry, algo sorprendido ante la concesión.
Mamá, advirtiendo haber cometido un error táctico, bajó cautamente las Recetas fáciles de Rajputana.
—Pues creo que lo más sensato sería que tú fueras por delante, querido, a preparar el terreno.
Después nos escribes, y si me dices que aquello está bien, nos vamos todos —dijo astutamente.
Larry la miró con desmayo.
—Lo mismo dijiste cuando propuse ir a España —le recordó—, y dos meses interminables me pasé
sentado en Sevilla esperando que aparecieseis, mientras vosotros no hacíais más que escribirme
kilométricas cartas sobre el alcantarillado y el agua de beber, como si yo fuera el secretario del
Ayuntamiento o algo así. No; si vamos a Grecia, iremos todos a la vez.
—Exageras, Larry —dijo Mamá en tono ofendido—; de cualquier forma, yo no me puedo ir así como
así. Hay cosas que hacer en esta casa.
—¿Cosas? ¿Qué cosas, diablos? Véndela.
—Pero hijo, no puedo —dijo Mamá, escandalizada.
—¿Por qué no?
—Porque acabo de comprarla.
—Mejor: así la vendes a estrenar.
—No seas ridículo, querido —dijo Mamá con firmeza—; eso ni pensarlo. Sería una locura.
De modo que vendimos la casa y huimos del triste verano inglés, como una bandada de golondrinas
migratorias.

SOBRE GERALD DURRELL

Quiero rendir un tributo especial a mi madre, a quien va dedicado este libro. Como un Noé cariñoso,
entusiasta y comprensivo, ha guiado hábilmente su navío lleno de extraña prole por los tempestuosos
mares de la vida, siempre enfrentada a la posibilidad de un motín, siempre sorteando los peligrosos
escollos del despilfarro y la falta de fondos, sin esperar nunca que la tripulación aprobase su manera de
navegar, pero segura de cargar con toda la culpa en caso de contrariedades. Que sobreviviese al viaje fue
6
G e r a l d D u r r e l l M i f a m i l i a y o t r o s a n i m a l e s
un milagro, pero logró sobrevivir, y lo que es aún mejor, con la cabeza más o menos indemne. Como
señala con razón mi hermano Larry, podemos estar orgullosos de cómo la hemos educado; ello nos honra.
Que ha alcanzado ese feliz nirvana en donde ya nada escandaliza ni sorprende lo demuestra el siguiente
hecho: hace poco, estando sola en casa durante un fin de semana, se vio agraciada con la llegada súbita de
una serie de jaulones portadores de dos pelícanos, un ibis escarlata, un buitre y ocho monos. Otro mortal
de menor talla habría desfallecido ante el panorama, pero Mamá no. El lunes por la mañana la encontré en
el garaje perseguida por un iracundo pelícano al que intentaba dar sardinas de una lata.
—Cuánto me alegro de verte, hijo —jadeó—; este pelícano tuyo es un poquito difícil de manejar.
Al preguntarle cómo sabía que los animales me pertenecían, replicó:
—Claro que supe que eran tuyos, hijo; ¿a qué otra persona se le ocurriría enviarme pelícanos?
Donde se ve lo bien que conoce al menos a un miembro de la familia.
Finalmente, quisiera dejar bien sentado que todas las anécdotas sobre la isla y los isleños son
absolutamente verídicas. Vivir en Corfú era como vivir en medio de la más desaforada y disparatada
ópera cómica. Creo que toda la atmósfera y el encanto del lugar quedaban pulcramente resumidos en un
mapa del Almirantazgo que teníamos, donde aparecían con gran detalle la isla y las costas adyacentes. Al
pie había un recuadnto que decía: «Aviso: Dado que las boyas que señalan los bajíos suelen estar fuera de
su sitio, se aconseja a los marinos que estén bien atentos al navegar por estas costas.»

OTRA ENTRADA

Esta entrada no lleva imagen pero sí extracto. Voy a copiar un texto largo a ver lo que pasa.

Esta es la historia de cinco años que mi familia y yo pasamos en la isla griega de Corfú. En principio
estaba destinada a ser una descripción levemente nostálgica de la historia natural de la isla, pero al
introducir a mi familia en las primeras páginas del libro cometí un grave error. Una vez sobre el papel,
procedieron de inmediato a tomar posesión de los restantes capítulos, invitando además a sus amigos.
Sólo a través de enormes dificultades, y ejercitando considerable astucia, logré reservar aquí y allí alguna
página que poder dedicar exclusivamente a los animales.
En el texto que sigue he intentado dibujar un retrato de mi familia preciso y ajustado a la realidad;
aparecen tal como yo los veía. Para explicar, empero, algunos de sus rasgos más curiosos, debo señalar
que cuando fuimos a Corfú todos éramos aún bastante jóvenes: Larry, el hermano mayor, tenía veintitrés
años; Leslie, diecinueve; Margo, dieciocho; y yo, el benjamín, me hallaba en la tierna e impresionable
edad de los diez años. De la de mi madre no hemos estado nunca muy seguros, por la sencilla razón de
que no recuerda su fecha de nacimiento; todo lo que sé decir es que era lo bastante mayor como para tener
cuatro hijos. Mi madre también insiste en que explique que es viuda, porque, según su sagaz observación,
nunca se sabe lo que puede pensar la gente.
La tarea de condensar cinco años de incidentes, observaciones y grato vivir en algo un poco menos
voluminoso que la Enciclopedia Británica me ha obligado a comprimir, podar e injertar, de modo que
apenas subsiste algo de la continuidad original de los hechos, y a renunciar también a la descripción de
muchos sucesos y personajes.
Dudo que este libro hubiera sido posible sin la colaboración y el entusiasmo de las siguientes
personas, cosa que menciono para que no caigan las culpas sobre parte inocente. Mi sincero
agradecimiento, pues, para:
El doctor Teodoro Stefanides. Con su habitual generosidad, me ha facilitado material procedente de
su obra inédita sobre Corfú, y me ha proporcionado bastantes chistes horribles, algunos de los cuales he
empleado.
Mi familia. Ellos, al fin y al cabo, me surtieron involuntariamente de mucha materia y me ayudaron
considerablemente durante la redacción del libro, discutiendo con ferocidad y raras veces coincidiendo
acerca de cualquier suceso que les consultara.
Mi esposa, cuyas sonoras carcajadas al leer el manuscrito tanto me halagaron, aunque después
confesase que lo que le hacía gracia era mi ortografía.
Sophie, mi secretaria, responsable de la inserción de comas y de la implacable supresión del infinitivo
partido.

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad